
Hay algo en el silencio que no se puede traducir. Y, sin embargo, intento hacerlo cada vez que escribo.
Mis historias están hechas de palabras, sí, pero también de pausas, de vacíos y omisiones. Escribo con lo que se dice, pero sobre todo con lo que se calla. Porque, como lectora, me encantan los libros que esconden cosas. Me gusta sentir que encontré algo que no todos descubrieron, un secreto enterrado entre líneas. Como escritora, me gusta premiar a ese tipo de lector: el que busca más allá de lo evidente.
¿Por qué mis personajes callan?
Porque somos humanos. Y los humanos no decimos siempre lo que sentimos. Decimos lo que suena bien. Lo que proyecta algo. Lo que los demás pueden aceptar.
Vivimos en una época en la que todo se califica: nos dan me gusta, corazones, estrellas. Nos miran como productos. Y en ese mundo, ser honestos se ha vuelto cada vez más raro. Por eso mis personajes callan. Porque no se sienten seguros. Porque intuyen que el silencio, a veces, es más verdadero que las palabras.
Y también porque yo confío más en los hechos. En las miradas. En los gestos. En los silencios que duelen, que cuidan, que aman sin decirlo. Hoy todos dicen te amo como si fuera una frase de cortesía. Pero el amor —el real— muchas veces se revela en lo que se decide no decir.
Los lectores del silencio
Quien descubre lo no dicho es, ante todo, curioso. Y los lectores curiosos son mis favoritos. (No los mejores, pero sí los que mejor me caen). Mis novelas están escritas con una cámara invisible al hombro. Tú estás ahí, viendo la escena desde adentro, como uno más. Y si eres de los que mira más allá de lo que se dice, probablemente descubras secretos que nadie te explica… pero que están ahí. Esperando que alguien los escuche.
El silencio como herramienta narrativa
Uso la elipsis. Las pausas. El ritmo como tensión. No me gustan los narradores omniscientes, porque para mí escribir también es un reto: el de dosificar, ocultar, graduar lo que el lector sabe. Lo que los personajes saben. Y lo que ninguno sabe todavía.
Mis historias avanzan rápido, pero en medio de esa velocidad, detengo el tiempo con un gesto, una ausencia o una pausa. Me gusta crear misterio, suspenso, sorpresa. Y el silencio es mi cómplice.
El silencio que hereda
Sí, el silencio tiene memoria. Y también tiene consecuencias.
En mis novelas, cuando no se dice algo sobre la historia familiar, sobre el linaje, sobre lo que fuimos, los personajes heredan ignorancia. Pierden piezas fundamentales para saber quiénes son. Y sin identidad, sin memoria, es muy difícil avanzar. Pero también creo que el silencio puede proteger.
Yo misma crecí en uno de esos silencios protectores.
Cuando era niña, mi madre estaba muy enferma. Desahuciada tres veces. Pero a mí no me lo dijeron. Me dejaron ser niña. Mi hermana mayor cargó con todo, sin decirme nada. Y ahora, como adulta, lo entiendo: me protegieron. Me dieron la oportunidad de una infancia feliz. Ese silencio me marcó. Y me enseñó lo más valioso: la lealtad. Y el agradecimiento.
Escribo con palabras, pero también con sus ausencias. Con frases, pero también con pausas. Con voz, pero también con silencios. Porque hay historias que no se pueden contar a gritos. Y hay verdades que solo se revelan… cuando alguien decide no decir nada.
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